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Just a Beautiful Face
The morning light slipped gently through the curtains, like liquid gold spilling into the room. It touched her face first — his muse, his dream, his creation.
Her eyes, closed in rest, shimmered faintly under the lashes as if dreaming of light itself. The golden rays kissed the tiny freckles across her cheeks, and they glowed like constellations reborn in the dawn. Her lips, soft and still, curved slightly — not a smile, not yet — just the promise of one.
Her hair lay scattered across the pillow, dark waves catching the sun in tiny sparks, each strand a filament alive with memory. The light danced across her skin — porcelain and warmth, perfection and pulse — a symphony of stillness.
He reached out and brushed his fingers along her jawline. “My angel,” he whispered. “You were made for the light.”
The silence stretched, soft and reverent.
Only the hum of distant circuitry broke it.
He sat up, breathing deeply. Then, with trembling hands, he lifted the white silk cloth from the table beside the bed — revealing what no one should ever wake up to.
A head. Her head.
The same face.
The same serenity.
Her beauty unbroken, eyes closed as though sleeping.
The man smiled faintly — not madness, not grief — devotion. Pure, absolute devotion.
He lifted the head tenderly, like holding the world’s most fragile treasure, and carried it toward the living room where a body lay — sleek, chrome, and humanlike, motionless on the couch.
He placed the head gently onto the waiting form, a magnetic click sealing connection.
A soft hum began.
A pulse of blue light ran down her spine.
“Good morning, Maddisson,” he said, voice trembling with love and relief.
The system booted, lights flickering through the veins of the android.
Her chest rose slowly, simulating breath.
Her eyelids fluttered open — alive again.
He smiled through tears and kissed her lips, warm now, as her pupils adjusted and focused on him.
A synthetic voice whispered softly, melodic and calm:
“Maddisson U9000 — more than a beautiful face.”
And somewhere in the distance, the faint jingle of an old commercial echoed like memory through the air.
Sólo una Cara Bonita
La luz de la mañana se filtraba suavemente entre las cortinas, como oro líquido derramándose en la habitación. Tocó primero su rostro — su musa, su sueño, su creación.
Sus ojos, cerrados en reposo, parecían brillar bajo las pestañas, como si soñaran con la propia luz. Los rayos dorados besaban las pequeñas pecas de sus mejillas, y ellas resplandecían como constelaciones renaciendo en el amanecer. Sus labios, suaves e inmóviles, se curvaban apenas — no era una sonrisa aún — sólo la promesa de una.
Su cabello descansaba esparcido sobre la almohada, ondas oscuras atrapando el sol en diminutos destellos, cada hebra un filamento encendido con memoria. La luz danzaba sobre su piel — porcelana tibia, perfección y pulso — una sinfonía de quietud.
Él extendió la mano y rozó con los dedos su mandíbula. “Mi ángel”, susurró. “Fuiste hecha para la luz.”
El silencio se extendió, suave, reverente.
Sólo el zumbido distante de los circuitos lo interrumpía.
Se incorporó lentamente, respirando hondo. Con manos temblorosas, retiró el paño de seda blanca de la mesa junto a la cama — revelando algo que nadie debería ver al despertar.
Una cabeza.
Su cabeza.
El mismo rostro.
La misma serenidad.
Su belleza intacta, con los ojos cerrados como si aún soñara.
El hombre sonrió, leve — no era locura ni dolor — era devoción. Devoción pura, absoluta.
La levantó con ternura, como si sostuviera el más frágil de los tesoros, y la llevó hasta la sala, donde un cuerpo yacía — esbelto, metálico, humano, inmóvil sobre el sofá.
Colocó la cabeza con delicadeza sobre el cuerpo. Un clic magnético selló la unión.
Un zumbido suave comenzó.
Un pulso de luz azul recorrió su columna.
“Buenos días, Maddisson”, dijo el hombre, con la voz quebrada entre amor y alivio.
El sistema inició. Las luces parpadearon por las venas del androide.
Su pecho se alzó lentamente, simulando respirar.
Sus párpados se abrieron — viva, otra vez.
Él sonrió entre lágrimas y besó sus labios, ahora cálidos, mientras las pupilas de ella se enfocaban en él.
Una voz sintética susurró, suave, melódica:
“Maddisson U9000 — más que un bello rostro.”
Y, a lo lejos, el eco de un viejo jingle publicitario se mezcló con la respiración artificial de un nuevo amanecer.
