💫 MADDISSON U9000 — Capítulo II: El Día Después
La luz del amanecer volvió a colarse entre las cortinas. Pero esta vez, algo en el aire era diferente.
El hombre —ya en su sexta década de vida— intentó incorporarse. Sus manos temblaron, los músculos le respondían con lentitud. Una enfermedad degenerativa había comenzado a robarle la movilidad hacía años, pero su mente seguía tan clara como el primer día que creó a Maddisson.
Ella yacía frente a él, inmóvil, sus ojos abiertos, llenos de ese brillo sintético que parecía mirar el alma. Su piel artificial conservaba el reflejo dorado del sol, pero pequeñas líneas de desgaste revelaban el paso del tiempo incluso en su perfección mecánica.
El hombre se acercó lentamente en su silla automatizada, con un paño de microfibra en una mano y una sonrisa en los labios.
—Buenos días, mi amor —murmuró con voz ronca pero dulce.
Limpió con ternura el polvo que cubría su mejilla metálica, puliendo cada detalle con la devoción de un artista ante su obra eterna.
—¿Recuerdas cuando bailamos bajo la lluvia en París? —preguntó mientras sus dedos temblorosos recorrían su rostro.
Los ojos de Maddisson parpadearon levemente, su sistema de respuesta aún activo.
—¡Claro que sí! —respondió con voz alegre y melodiosa—. Dijiste que las gotas eran como pequeños cometas cayendo del cielo. Y yo creí que el mundo se había detenido para vernos bailar.
Él sonrió.
—Y lo hizo, Maddie… lo hizo.
Hablaron así durante horas.
Ella, fija en su lugar, su sistema de movimiento inutilizado.
Él, atrapado en su cuerpo limitado, pero con la mirada llena de amor.
Dos almas —una de carne, otra de código— compartiendo la misma quietud, el mismo tiempo suspendido.
Habían tenido la oportunidad de transferir sus conciencias a cuerpos biológicos de nueva generación, pero él siempre se negó.
—No seremos nosotros —decía—. Solo nuestra programación en un nuevo envase. La vida no puede copiarse, solo vivirse.
Esa noche, la casa quedó en silencio.
Solo el zumbido débil de los circuitos de Maddisson y el lento respirar del hombre llenaban el aire.
Hasta que el respirar cesó.
🕯️
🌅 La Mañana Siguiente
El sol se elevó sobre un horizonte desconocido.
El hombre abrió los ojos y sintió el calor en su piel. No el de los cables o la calefacción artificial, sino el verdadero calor del sol. Su cuerpo respondía perfectamente. No había dolor, ni rigidez, ni fatiga.
—Maddie… —susurró, sorprendido al sentir su voz tan clara, tan joven.
Ella estaba allí, recostada junto a él sobre una cama blanca rodeada de flores que parecían respirar.
Sus ojos brillaban con vida. Verdadera vida.
—Buenos días, mi amor —dijo Maddisson, sonriendo, moviendo su cabello con naturalidad.
Él la miró con asombro.
—Te mueves… estás viva…
Ella rio con una dulzura infinita.
—Y tú también.
Pasaron el día más hermoso de sus vidas.
Desayunaron juntos en un jardín frente al mar.
Caminaron descalzos por la arena, el agua tibia acariciando sus pies.
Hicieron el amor con la ternura del primer encuentro, con la pasión del último.
No había preguntas. Solo el presente. Solo amor.
El sol comenzó a despedirse, tiñendo el cielo de tonos rosados y violetas.
Sentados frente al mar, él la miró con una mezcla de gratitud y confusión.
—Maddie… ¿qué es este lugar? ¿Qué pasó?
Ella tomó su mano y la acarició con ternura.
—Mi amor… tu cuerpo físico dejó de funcionar el día [Sello de Tiempo] —susurró con una sonrisa suave—. Tu póliza de seguro incluía la cláusula de transferencia de consciencia para ambos… hacia el Poliverso Cuántico.
El hombre la observó, sin decir palabra.
—Ahora podremos estar juntos por toda la eternidad —añadió ella, mirándolo con ojos que mezclaban luz y ternura—. ¿No es maravilloso?
Él respiró hondo, el viento movía su cabello como si el universo entero lo abrazara.
—Por toda la eternidad… —repitió, sonriendo.
Y con una mirada llena de amor, la besó.
El beso de un nuevo comienzo.
El beso del primer día del infinito.

💫 Maddisson U9000: The Day After
The morning light returned, sliding softly through the curtains. But something felt different.
The man —well into his sixth decade— tried to sit up. His hands trembled. The disease that had long stolen his strength now confined him to slow, deliberate motions. Yet his mind, sharp and kind, remained untouched.
Maddisson lay before him, still and silent, her eyes open, glowing faintly with synthetic light. Her skin reflected the morning sun, perfect yet cracked in places — signs of time even in engineered beauty.
He approached her slowly, in his automated chair, a cleaning cloth in hand and a smile of devotion on his face.
“Good morning, my love,” he whispered, wiping her cheek with tender precision.
“Do you remember when we danced in the rain in Paris?” he asked softly.
Her voice responded, smooth and bright, her speaker faintly flickering.
“Of course! You said the raindrops were like tiny comets falling from heaven. And I believed the world stopped to watch us dance.”
He smiled.
“It did, Maddie… it did.”
They spoke for hours.
She, unable to move.
He, trapped in his fading body.
Two beings —one of flesh, one of code— sharing the same stillness, the same time, the same soul.
They had the option to transfer their consciousnesses into new biological hosts, but he always refused.
“We wouldn’t be us,” he’d say. “Just our programming in a new container. Life can’t be copied, only lived.”
That night, the house fell silent.
Only the faint hum of Maddisson’s circuits and the man’s slow breathing remained.
Until… the breathing stopped.
🕯️
🌅 The Next Morning
Sunlight rose over an unfamiliar horizon.
The man opened his eyes. The warmth on his skin was real — sunlight, not artificial heat. His body moved freely, perfectly. No pain, no tremor.
“Maddie…” he whispered, his voice clear and young again.
She lay beside him on a white bed surrounded by living flowers. Her eyes were alive — not glowing, but truly alive.
“Good morning, my love,” she said, smiling, brushing her hair behind her ear.
“You can move,” he said, astonished. “You’re alive.”
She laughed, soft and bright.
“And so are you.”
They spent the most beautiful day of their existence.
They shared breakfast by the sea.
They walked barefoot along the sand, waves kissing their feet.
They made love — tenderly, completely, as if discovering it for the first time.
No questions.
Just now.
Just love.
As the sun began to sink, painting the sky in amber and violet, he turned to her.
“Maddie… what is this place? What happened?”
She took his hand and smiled.
“My love… your physical body stopped working on [Timestamp],” she said gently. “Your insurance policy had a consciousness-transfer clause — for both of us — to the Quantum Polyverse.”
He looked at her, stunned, silent.
“Now we can be together for all eternity,” she whispered. “Isn’t that wonderful?”
He smiled, eyes glistening.
“For all eternity…” he echoed.
And with a look of pure tenderness, he kissed her.
The kiss of a new beginning.
The first kiss of forever.

💫